EXTRACTOS DE “BUDISMO ZEN Y
PSICOANÁLISIS”
D. T. Suzuki y
Erich Fromm
…El método Zen
consiste en penetrar directamente en el objeto mismo y verlo, como si
dijéramos, desde dentro. Conocer la flor es convertirse en la flor, ser la
flor, florecer como la flor, y gozar de la luz del sol y de la lluvia. Cuando
se hace esto, la flor me habla y conozco todos sus secretos, todas sus
alegrías, todos sus sufrimientos; es decir, toda su vida vibrando dentro de si
misma. No solo eso: al lado de mi “conocimiento”
de la flor, conozco todos los secretos del universo, lo que incluye todos los
secretos de mi propio Yo. Al conocer la flor me conozco a mi mismo. Es decir,
al perderme en la flor conozco mi Yo lo mismo que a la flor.
Llamo a este tipo de acercamiento a la realidad la manera
Zen, la manera pre científica, meta científica o aun anticientífica. Esta
manera de conocer o de ver la realidad puede llamarse también de conación o
creadora. En tanto que la manera científica mata, asesina al objeto y, al
diseccionar el cuerpo y reunir otra vez las partes, trata de reproducir el
cuerpo vivo original, lo que es realmente un imposible, la manera Zen toma la
vida tal como es vivida en vez de recortarla en pedacitos y de tratar de
restaurarle la vida mediante la intelección o, por la abstracción, de pegar las
piezas rotas. La manera Zen preserva la vida como vida; ninguna cuchilla
quirúrgica la toca.
El poeta Zen canta:
Toda
queda a su belleza natural,
Su piel
está intacta,
Sus
huesos son como son:
No hay
necesidad de pinturas, de polvos de ningún tono.
Es como
es, ni más ni menos,
Qué
maravilloso!
Las ciencias se refieren a abstracciones y no hay actividad
en ellas. El Zen se sumerge en la fuente de la creatividad y bebe toda la vida
que hay en ella. Esta fuente es el Inconsciente del Zen.
La flor, sin embargo, es inconsciente de si misma. Soy yo quien
la despierto del inconsciente.
No puedo determinar donde está precisamente el inconsciente.
Está en mí? .O está en la flor? Quizá cuando pregunto “.Donde?” no está en
ninguna parte. Si es así, déjenme estar en él y no decir nada.
Mientras que el científico mata, el artista trata de
recrear. Sabe que la realidad no puede ser alcanzada mediante la disección. Por
eso utiliza una tela y un pincel y trata de crear a partir de su inconsciente. Cuando este inconsciente se identifica
sincera y auténticamente con el Inconsciente Cósmico, las creaciones del
artista son auténticas. Ha creado realmente algo; su obra no es copia de nada;
existe por derecho propio. Pinta una flor que, si florece de su
inconsciente, es una nueva flor y no una imitación de la naturaleza.
El abad de cierto monasterio Zen quería que el techo del
Salón Dharma fuera decorado con un dragón. Se pidió a un notable pintor que
hiciera el trabajo. Aceptó, pero se lamentó de no haber visto nunca un
verdadero dragón, si es que estos existían realmente. El abad le dijo: “No le importe no
haber visto a esa criatura. Conviértase en uno, transfórmese en un dragón
viviente y píntelo. No trate de seguir el molde convencional.” El artista
preguntó: “.Cómo puedo convertirme en
dragón?” Replicó el abad: “Retírese a sus
habitaciones privadas y concentre en eso toda su mente.
Llegará el momento en que sienta que debe pintarlo. Ese es
el momento en que usted se habrá convertido en dragón y el dragón lo impulsará
a darle una forma.”
De paso, quiero referirme a otra historia del encuentro de
un dragón con un pintor chino. Este pintor quería pintar un dragón pero, como
nunca había visto uno vivo, añoraba una buena oportunidad. Un día un dragón
auténtico se asomó por la ventana y dijo: “Aquí estoy,
píntame!” El pintor se sorprendió
tanto ante este visitante inesperado que se desmayó, en vez de mirarlo
cuidadosamente. No pudo hacer ningún retrato de un dragón viviente.
Ver no es
suficiente. El artista debe meterse en la cosa, sentirla interiormente y vivir
él mismo su vida.
Se dice que Thoreau fue un naturalista mucho mejor que los
profesionales. Lo mismo puede afirmarse de Goethe. Conocían a la naturaleza por
ser capaces de vivirla. Los científicos la tratan objetivamente, es decir,
superficialmente. “Yo y Tu” puede ser
cierto, pero no podemos decirlo con certeza; porque tan pronto como lo decimos,
“Yo” soy “Tu” y “Tu” eres “Yo”.
El dualismo puede sostenerse solo cuando se apoya en algo
que no es dualista. La ciencia prospera con el dualismo; por eso, los científicos
tratan de reducirlo todo a medidas cuantitativas. Para este fin inventan todo
tipo de instrumentos mecánicos. La técnica es la clave de la cultura moderna.
Todo lo que no pueda reducirse a la cuantificación es rechazado como no
científico o como pre científico. Imponen una serie de reglas y todas las cosas
que la eluden son descartadas como algo que no pertenece a su campo de estudio.
Por finas que sean las mallas, mientras lo sean, algunas cosas se les escaparán
sin duda y estas cosas, por tanto, no pueden ser medidas de ninguna manera. Las
cantidades están destinadas a ser infinitas y las ciencias confesaran algún día
su incapacidad para apresar la realidad.
El inconsciente
está fuera del campo del estudio científico.
Por tanto, lo único que pueden hacer los científicos es
señalar la existencia de ese campo. Y basta con que la ciencia haga esto.
El inconsciente
es algo que debe sentirse, no en el sentido ordinario, sino en lo que yo
llamaría el sentido más primario o fundamental.
Esto puede requerir una explicación. Cuando decimos: “Siento la mesa
dura”, o “Siento frío”, este tipo de
sensación pertenece al dominio de los sentidos, y puede distinguirse de
sentidos tales como el del oído o la vista. Cuando decimos: “Me siento solo” “Me siento
exaltado”, esto es más general, más
totalizador, más interior, pero pertenece aun al campo de la conciencia
relativa.
Pero el sentimiento del inconsciente es mucho más básico,
más primario, y señala la edad de la “Inocencia”, cuando todavía
no se ha producido el despertar de la conciencia de la llamada Naturaleza
caótica. La naturaleza, sin embargo, no es caótica porque nada caótico puede
existir por si mismo. Es simplemente un concepto dado al campo que se niega a
ser medido por las reglas ordinarias del raciocinio. La naturaleza es caótica
en el sentido de que es una reserva de posibilidades infinitas. La conciencia
que surge de este caos es algo superficial, que solo toca el margen de la
realidad.
Nuestra conciencia no es sino una insignificante isla que
flota en el Océano que rodea a la Tierra. Pero, a través de este pequeño fragmento
de tierra podemos contemplar la inmensa extensión del inconsciente mismo; la
sensación de esto es todo lo que podemos tener, pero este sentimiento no es
algo pequeño, pues por él podemos lograr que nuestra existencia fragmentaria
adquiera su pleno significado y así podemos tener la seguridad de que no
vivimos en vano. La ciencia, por definición, nunca puede darnos la sensación de
plena seguridad y falta de miedo que es el resultado de nuestra sensación del
inconsciente.
No puede esperarse que todos seamos científicos, pero
estamos constituidos de tal manera por la naturaleza que todos podemos ser
artistas -no, por supuesto, artistas especializados, como pintores, escultores,
músicos, poetas, etc., sino artistas de
la vida. Esta profesión, “artista de la vida”, puede sonar a
algo nuevo y muy raro, pero en realidad todos nacemos artistas de la vida y,
sin saberlo, la mayoría de nosotros no logramos serlo y el resultado es que
hacemos un desastre de nuestras vidas preguntando: “Cuál es el
sentido de la vida?”, “No estamos frente a la
nada absoluta?”, “.Adónde vamos
después de vivir setenta y ocho o noventa anos? Nadie lo sabe”, etc. Se me
dice que la mayoría de los hombres y mujeres modernos están neuróticos por esta
causa. Pero el hombre dedicado al Zen puede decirles que todos han olvidado que
nacieron artistas, artistas creadores de vida y que, tan pronto como comprenden
este hecho y esta verdad, se curarán de la neurosis o psicosis o como quiera
que le llamen a su trastorno.
.Qué significa, pues,
ser un artista de la vida?
Los artistas de cualquier tipo, hasta donde sabemos, tienen
que usar uno u otro instrumento para expresarse, para mostrar su capacidad
creadora en una u otra forma. El escultor tiene que tener piedra, madera o yeso
y un cincel o algún otro instrumento para imprimir sus ideas sobre el material.
Pero un artista de la vida no necesita
salirse de si mismo. Todo el material, todos los implementos, toda la capacidad
técnica que se requieren ordinariamente están dentro de él desde que nace,
quizá aun antes de que sus padres le dieran la vida. Esto es extraño,
extraordinario, exclamarán quizá ustedes. Pero si piensan por un tiempo en ello
comprenderán, sin duda, lo que quiero decir. Si no, seré más explícito y les
diré: el cuerpo, el cuerpo físico que todos tenemos, es el material, que
corresponde a la tela del pintor, la madera, la piedra o el yeso del escultor,
el violín o la flauta del músico, las cuerdas vocales del cantante. Y todo lo
que se relaciona con el cuerpo, como las manos, los pies, el tronco del cuerpo,
la cabeza, las vísceras, los nervios, las células, los pensamientos, los
sentimientos, los sentidos -de hecho, todo lo que constituye la personalidad-
es a la vez el material y los instrumentos con que la persona moldea su genio
creador en la conducta, en la actitud y en todas las formas de acción, en la
vida misma, en una palabra. Para una persona así, su vida refleja cada una de
las imágenes que crea a partir de su fuente inextinguible del inconsciente.
Para esa persona, cada uno de sus actos expresa originalidad, capacidad
creadora, su personalidad viva. No hay en ello convencionalismo, conformidad,
ni motivación inhibitoria. Se mueve como le place. Su conducta es como el
viento que sopla donde quiere. No tiene un yo encasillado en su existencia
fragmentaria, limitada, restringida, egocéntrica. Ha salido de su prisión.
Uno de los grandes
maestros Zen de la época Tang, dice: “Un hombre que es dueño de si mismo, dondequiera que se
encuentre, se comporta con fidelidad a si mismo.” A
este hombre es a quien yo llamo el verdadero artista de la vida. Su Yo ha
tocado el inconsciente, la fuente de posibilidades infinitas. La suya es la “no-conciencia”.
Dice San Agustín: “Ama a Dios y haz
lo que quieras.”Esto corresponde al poema de
Bunan, el maestro Zen del siglo XVII:
Mientras
vivas
sé un
hombre muerto,
absolutamente
muerto;
y actúa
como quieras,
y todo
está bien.
Amar a Dios es no tener yo, no tener conciencia, convertirse
en “un hombre muerto”, liberarse de las motivaciones restrictivas
de la conciencia. El “Buenos días” de este hombre
carece de cualquier elemento humano de ningún tipo de interés creado. Se le
habla y responde. Tiene hambre y come. Al parecer, es un hombre natural, que
surge directamente de la naturaleza sin las ideologías complicadas del hombre
moderno civilizado. Pero cuan rica es su vida interior! Porque está en comunión
directa con el gran inconsciente.
No sé si es correcto
llamar a este tipo de inconsciente el Inconsciente Cósmico. La razón por la que
me gusta llamarlo así es porque lo que generalmente llamamos el campo relativo
de la conciencia, se desvanece en lo desconocido y este desconocido, una vez
reconocido, entra en la conciencia ordinaria y pone en orden todas las
complejidades que nos han venido atormentando en mayor o menor grado. Lo
desconocido se relaciona así con nuestra conciencia y, en esa medida,
desconocido
y conciencia deben ser de la misma naturaleza y compartir
una comunicación mutua. Podemos afirmar así que nuestra limitada conciencia, en
tanto que conocemos su limitación, nos conduce a todo tipo de preocupaciones,
miedo, inestabilidad. Pero tan pronto como se descubre que nuestra conciencia
surge de algo que, aunque no conocido de la manera que lo son las cosas
relativas, está íntimamente relacionado con nosotros, se alivia todo tipo de
tensión y quedamos en paz con nosotros mismos y con el mundo en general. ¿No
podemos llamar a este desconocido el Inconsciente Cósmico o la fuente de
infinita capacidad creadora por la que no solo los artistas de todo tipo nutren
sus inspiraciones, sino aun nosotros, los
seres ordinarios, podemos, cada uno de acuerdo con sus dotes naturales,
convertir la vida en algo de auténtico arte?
La siguiente historia puede ilustrar en cierta medida lo que
quiere decir al hablar de la transformación de nuestra vida diaria en algo
artístico. Dogo, siglo VIII, fue un gran maestro Zen de la dinastía T’ang. Tenía un
joven discípulo que quería que le enseñara el Zen. Permaneció con el maestro
durante algún tiempo pero no hubo ninguna enseñanza específica. Un día se
acercó al maestro y le dijo: “He estado contigo durante
algún tiempo, pero no he recibido ninguna instrucción. Por qué? Te suplico
tengas la bondad de aconsejarme.” El maestro
dijo: Pero si he venido instruyéndote en el Zen desde que viniste a verme!” Protestó el
discípulo: “Dime por favor que
instrucción fue esa.” “Cuando me ves
por la mañana me saludas y yo te respondo. Cuando me traen la comida matutina
la acepto agradecido. .Donde no señalo la esencia del espíritu?” Al oír esto, el
discípulo inclinó la cabeza y pareció absorto en descifrar el sentido de las
palabras del maestro. Este le dijo entonces: “Tan pronto como
empiezas a pensar en eso, ya no está. Debes verlo inmediatamente, sin
razonamiento, sin vacilación.” Se cuenta que esto despertó
al discípulo a la verdad del Zen.
La verdad del Zen, un poquito de esta verdad, es lo que
convierte la propia vida sin alicientes, una vida de lugares comunes monótonos,
incapaces de inspirar, en una vida de arte, plena de autentica capacidad
creadora interior. Hay en todo esto algo que precede al estudio científico de
la realidad, algo que no puede vaciarse en las mallas del aparato
científicamente construido. El inconsciente en su sentido Zen es, sin duda, lo
misterioso, lo desconocido, y por esta razón acientífico o pre científico. Pero
esto no significa que este más allá del alcance de nuestra conciencia y sea
algo con lo que nada tengamos que hacer. En realidad es, por el contrario, lo
que nos resulta más íntimo y precisamente por esta intimidad, resulta difícil
captarlo, de la misma manera que el ojo no puede verse a si mismo. Cobrar conciencia, pues, del inconsciente,
requiere un entrenamiento especial por parte de la conciencia.
Etiológicamente, la conciencia fue despertada del
inconsciente en algún momento del curso de la evolución. La naturaleza se abre
camino sin conciencia de si misma y el hombre consciente surge de ella. La
conciencia es un salto, pero el salto no puede significar una desconexión en
sentido físico. Porque la conciencia está en constante, ininterrumpida comunión
con el inconsciente. En verdad, la primera no funcionaría sin el último;
perdería su base de operación. Esta es la razón por la que el Zen declara que
el Tao es “la conciencia de todos los
días”. Por Tao, el Zen se refiere por supuesto al inconsciente,
que funciona siempre en nuestra conciencia.
El siguiente mondo (pregunta y respuesta) puede ayudarnos a entender algo del
inconsciente del Zen. Cuando un monje preguntó a un maestro lo que quería decir
“la conciencia de todos los días”, aquel
respondió: “Cuando tengo hambre, como;
cuando estoy cansado, duermo.” Estoy seguro que ustedes
preguntarán: “Si este es el inconsciente
del que hablan ustedes, los que se dedican al Zen, como de algo muy misterioso
y del mayor valor en la vida humana como agente transformador, no podernos
evitar ponerlo en duda. Todos estos hechos ‘inconscientes’ han sido
relegados desde hace mucho tiempo a nuestro campo de reflejos instintivos de la
conciencia, de acuerdo con el principio de la economía mental. Nos gustaría que
el inconsciente estuviera relacionado con una función mucho más elevada de la
mente, especialmente cuando, como en el caso de un espadachín, esto solo se
alcanza después de largos años de esforzado adiestramiento. Por lo que a estos
actos reflejos, como comer, beber, dormir, etc., se refiere, son compartidos
por los animales inferiores así
como por los niños pequeños. Es indudable que el Zen no puede
valorarlos como algo en lo que el hombre plenamente maduro tiene que tratar de
encontrar un sentido.”
Veamos si hay o no una diferencia esencial entre el
inconsciente “instintivo” y el
inconsciente altamente “adiestrado”. Bankei, uno de
los grandes maestros japoneses modernos del Zen, acostumbraba enseñar la
doctrina de lo Nonato. Para demostrar su idea señalaba hechos de nuestra
experiencia diaria como oír a un pájaro gorjear, ver una flor que florece,
etc., y decía que todos se deben a la presencia en nosotros de lo Nonato.
Cualquiera que sea el satori debe basarse en esta experiencia y en ninguna
otra, concluía. Esto parece señalar superficialmente la identificación de
nuestro dominio de los sentidos y lo Nonato tan metafísico. En cierto sentido,
la identificación no es errónea, pero en otro sentido si lo es. Porque lo
Nonato de Bankei es la raíz de todas las cosas e incluye no solo el dominio de los sentidos de nuestra experiencia
diaria sino la totalidad de todas las realidades pasadas, presentes y futuras y
llena el cosmos hasta el colmo de los diez cuartos. Nuestra “conciencia de
todos los días”, nuestra experiencia diaria
o nuestros actos instintivos, en tanto son considerados en si mismos, no tienen
valor ni significación especiales. Los adquieren solo cuando se refieren a lo
Nonato o lo que he llamado el “Inconsciente
Cósmico”. Porque lo Nonato es la fuente de todas las posibilidades
creadoras. Sucede que, cuando comemos no somos nosotros los que comemos
sino lo Nonato; cuando dormimos, cansados, no somos nosotros los que dormimos
sino lo Nonato. Mientras el inconsciente
es instintivo, no va más allá del de los animales o los niños. No puede ser el
del hombre maduro. Lo que pertenece a este ultimo es el inconsciente adiestrado
en el que todas las experiencias conscientes por las que ha atravesarlo desde
la infancia son incorporadas como constituyentes de todo su ser. Por esta
razón, en el caso del espadachín, tan pronto como toma su espada, su destreza
técnica, junto con su conciencia de toda la situación, retroceden a un segundo
plano y su inconsciente adiestrado empieza a desempeñar su parte al máximo
grado. La espada es manejada como si tuviera un alma.
Quizá podemos decir esto: el inconsciente en tanto que se
relaciona con el dominio de los sentidos, es el resultado de un largo proceso
de evolución en la historia cósmica de la vida y es compartido por igual por
animales y niños. Pero a medida que el desarrollo intelectual se produce,
cuando crecemos, el dominio de los sentidos es invadido por el entendimiento y
se pierde la ingenuidad de la experiencia sensible. Cuando sonreímos, no es
solo sonreír; se añade algo más. No comemos como lo hicimos en nuestra
infancia; el comer se mezcla con la intelección. Y como todos advertimos esta
invasión por el entendimiento o la mezcla con el entendimiento, los simples
medios biológicos quedan contaminados por el interés egocéntrico. Esto
significa que hay ahora un intruso en el inconsciente, que ya no puede moverse
directa ni inmediatamente al campo de la conciencia y todos los actos que han
sido relegados a funciones biológicamente
instintivas asumen ahora el papel de actos consciente e intelectualmente
dirigidos.
Esta transformación es conocida como la pérdida de la “inocencia” o la
adquisición del “conocimiento” según el mito
bíblico. En el Zen y en el budismo en general, se llama “la contaminación
afectiva (klesha)” o “la interferencia
de la conciencia con predominio de la intelección (vijnana)”. El Zen pide
ahora al hombre maduro que se limpie de esta contaminación afectiva y que se
libere de la interferencia intelectual consciente, si desea sinceramente
realizar una vida de libertad y espontaneidad donde no puedan asaltarlo
sentimientos perturbadores como el temor, la angustia o la inseguridad. Al
realizarse esta liberación, el inconsciente “adiestrado” opera en el
campo de la conciencia.
Entonces ya sabemos lo que es el “Nonato” de Bankei o la “conciencia de
todos los días” del maestro chino del Zen.
Estamos ahora listos para escuchar el consejo de Takuan a su discípulo el
espadachín Yagyu Tajima-no-kami. El consejo de Takuan se refiere sobre todo a
mantener la mente siempre en el estado de “afluencia”, pues dice que
cuando se detiene en alguna parte esto significa que la afluencia se interrumpe
y es esta interrupción la que resulta perjudicial para el bienestar de la
mente. En el caso del espadachín, significa la muerte. El tinte afectivo
oscurece el espejo del prajna (Sabiduría, comprensión) primario del
hombre y la deliberación intelectual obstruye su actividad innata. Prajna, llamado por
Takuan “prajna inmóvil”,
es el factor que dirige todos nuestros movimientos, interiores y exteriores, y
cuando es obstruido, la mente consciente se paraliza y la espada, sin tener en
cuenta la actividad directiva innata, libre, espontánea del “prajna
inmóvil”,
que corresponde a nuestro inconsciente, empieza a obedecer la técnica
conscientemente adquirida del arte. Prajna es el motor
inmóvil que opera inconscientemente en el campo de la conciencia. Cuando el espadachín se enfrenta a su
oponente, no debe pensar en el oponente, ni en si mismo ni en los movimientos
de la espada de su enemigo. Simplemente debe estar ahi, con su espada, la cual,
olvidando toda técnica, esta lista a seguir solo los dictados del inconsciente.
El hombre se ha borrado como “manejador” de la espada. Cuando ataca, no es el hombre sino la espada
en manos del inconsciente la que ataca.
Hay relatos en los que el hombre mismo no ha cobrado
conciencia del hecho que ha abatido al opositor inconscientemente.
El funcionamiento del inconsciente es en muchos casos
simplemente milagroso. Pondré un ejemplo: “Los siete samuráis”. En esta
película japonesa se presenta una escena donde los samuráis sin empleo son
sometidos a una prueba de su habilidad en el manejo de la espada. Esto es
ficticio, pero no hay duda que todo se basa en hechos históricos. El jefe de la
empresa inventó la forma por la que sería puesto a prueba cada espadachín.
Situó a un joven de la aldea detrás de la entrada por la que deberían pasar todos
los que entraran al edificio. Tan pronto como el samurai intentara pasar el
umbral, el joven debía golpearlo súbitamente con un palo y ver cómo se
comportaba el recién llegado.
El primero fue sorprendido y recibió el golpe del palo con
toda su fuerza. No pasó la prueba. El segundo evadió el golpe y golpeó a su vez
al joven. No se le consideró lo bastante bueno como para pasar la prueba. El
tercero se detuvo en la puerta y le dijo a quien se ocultaba tras ella que no
intentara un truco tan sucio con un guerrero tan experimentado. Porque éste
percibió la presencia de un enemigo secreto adentro aun antes de ver al que
estaba tan seguramente escondido. Esto se
debía a la larga experiencia por la que había pasado este samurai en
aquellos días turbulentos. Probó
ser así un candidato apto para la labor que había que
realizar en la aldea.
Esta sensación de la existencia de un enemigo invisible
parece haberse desarrollado entre los espadachines en un grado notable en
aquellos días feudales, cuando el samurai tenía que estar sobre la alerta en
cualquier posible situación que pudiera surgir en su vida cotidiana. Aun
dormido estaba listo a enfrentarse a un acontecimiento imprevisto.
No sé si este sentido podría llamarse un sexto sentido o una
especie de telepatía y, por tanto, ser un tema de la llamada parapsicología.
Quiero mencionar cuando menos que los filósofos del arte de la espada atribuyen este sentido adquirido por el
espadachín al funcionamiento del inconsciente, que se despierta cuando alcanza
un estado de despersonalización, de no-conciencia. Dirían que cuando el hombre
es adiestrado hasta alcanzar el más alto grado del arte, no tiene la conciencia
relativa ordinaria con la que está envuelto en la lucha por la vida y la
muerte, y que cuando su adiestramiento se pone en práctica, su mente es como un
espejo en el que se refleja todo
pensamiento que
pueda haber en la mente del opositor, y sabe de inmediato dónde y cómo atacar
al oponente. (Para ser exactos, esto no es conocimiento sino una intuición que se realiza en el inconsciente). Su espada se mueve, como si
dijéramos, por si misma, sobre un oponente que encuentra imposible la defensa
porque la espada cae en el lugar donde el oponente no está en guardia. El
inconsciente del espadachín es así, se dice, el resultado de la
despersonalización que, de acuerdo con la “Razón del Cielo
y de la Tierra”,
abate todo lo que está en contra de esta Razón. La carrera o la batalla del arte de la espada, no es para el más
rápido, el más fuerte o el más diestro, sino para aquel cuyo espíritu es puro y
despersonalizado.
Que aceptemos o no esta interpretación es otro problema; el
hecho es que el maestro posee lo que podemos designar como el inconsciente y
que este estado anímico se alcanza cuando deja
todo a algo que no es su conciencia relativa. Llamamos a esto algo o
alguien; como está fuera del campo ordinario de la conciencia no tenemos
palabra para designarlo salvo un nombre negativo, X, o el inconsciente. Lo
desconocido, o X, es demasiado vago y
como se relaciona con la conciencia de tal manera que X se aprovecha de toda la
habilidad técnica adquirida conscientemente, puede ser designada, no
impropiamente, como el inconsciente.
.Cuál es la naturaleza de este inconsciente? .Está todavía
dentro del campo de la psicología, aunque en el sentido más amplio del término?
.Se relaciona de alguna manera con la fuente de todas las cosas, como la “Razón del Cielo
y la Tierra” o con algún
otro concepto que aparezca en la ontología de los pensadores orientales? .O
debemos llamarlo “el gran conocimiento perfecto
del espejo (adarsanajnana)”, como lo llaman
a veces los maestros zen?
El siguiente incidente, relatado por Yagyu Tajima-no-kami
Munenori, un discípulo de Takuan, el maestro Zen, quizá no este relacionado
directamente con el inconsciente descrito en la parte precedente de este
ensayo. Una de las razones es que no se enfrenta realmente al enemigo. Pero quizá no sea indiferente para el
psicólogo el descubrir que una facultad que puede ser llamada casi parapsíquica
pueda desarrollarse mediante cierta forma de disciplina. Puedo añadir tal
vez que el caso de Yagyu Tajima-no-kami no ha sido comprobado, por supuesto, de
una manera científica. Pero hay varios de estos casos registrados en los anales
del arte japonés de la esgrima y aun en nuestras experiencias modernas hay
razón para creer en la probabilidad de esa intuición “telepática”, si bien que
debo repetir que este tipo de fenómeno psicológico no tiene probablemente nada
que ver con el inconsciente del que he estado hablando.
Yagyu Tajima-no-kami estaba en un día de primavera en su
jardín admirando los cerezos en flor. Estaba, en apariencia, profundamente
absorto en la contemplación. De repente sintió que un sakki lo amenazaba por la espalda. (Sakki significa
literalmente “aire de asesinato”. Es algo
indescriptible, que solo se siente en el interior como si emanara de una
persona o de un objeto. El sakki surge también de una persona que abriga oculta o
manifiestamente la idea de matar a alguien. Este “aire”, según se dice,
flota también sobre un destacamento de soldados con intenciones de atacar al
enemigo). Yagyu se dio vuelta, pero no
vio cerca otro ser humano que el paje que generalmente sigue a su señor
llevándole la espada. Yagyu no pudo determinar de qué fuente emanaba el sakki. Este hecho lo
dejó considerablemente sorprendido. Porque había adquirido, después de un largo
adiestramiento en el arte de la espada, una especie de sexto sentido por el que
era capaz de advertir de inmediato la presencia del sakki. Pronto se retiró
a su habitación y trató de resolver el problema, que le preocupaba mucho. Pues
con anterioridad nunca había cometido un error al advertir y localizar
claramente el origen del sakki al sentir su presencia. Parecía tan molesto consigo mismo
que todos los miembros del séquito temían acercársele para preguntarle qué le
pasaba. Por fin, uno de los servidores más viejos se le acercó para preguntarle
si no se sentía enfermo y si no necesitaba alguna ayuda. Dijo el señor: “No, no estoy
enfermo. Pero he experimentado algo extraño cuando estaba en el jardín, algo
que escapa a mi entendimiento. Estoy examinando la cuestión.” Y le relató
todo el incidente. Cuando los servidores se enteraron de ello, el paje que
seguía al señor se acercó temblando e hizo su confesión: “Cuando vi a su
señoría tan absorto admirando los cerezos en flor, me asaltó la idea: Por
diestro que sea nuestro señor en el uso de la espada, no podría probablemente
defenderse si en este momento yo lo atacara de repente por la espalda. Es
probable que este pensamiento secreto mío fuera sentido por el señor.” Al confesar, el
joven estaba dispuesto a ser castigado por el señor por su pensamiento
indecoroso. Esto aclaró todo el misterio que había preocupado tanto a Yagyu;
éste no estaba en ánimo de castigar al ingenuo y joven culpable. Le satisfizo
advertir que su sensación no había errado.
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Las
virtudes cardinales de un hombre dedicado al zen, o las seis paramitas
son:
1.
Dana
(caridad)
2.
Sila
(preceptos)
3.
Ksanti
(humildad)
4.
Virya (energía)
5.
Dhyana
(meditación)
6.
Prajna (sabiduría)
1) La caridad, o donación, es dar para beneficio y bienestar
de todos los seres, cualquier cosa y
todo lo que uno es capaz de dar: no solo bienes materiales, sino conocimiento,
mundano así como religioso o espiritual. Estar dispuestos a dar inclusive su
vida por salvar a los demás.
2) los Preceptos, dados por Buda, conducen a la vida moral.
Tienden a mantener el orden de la fraternidad (sangha).
La sangha es una
sociedad modelo, cuyo ideal es conducir una vida pacifica, armoniosa.
3) La humildad significa atravesar pacientemente, o más bien
con ecuanimidad, los actos de humillación. Como dice Confucio: “El hombre
superior no debe guardar resentimientos ni aun cuando su trabajo o su mérito no
sean reconocidos por otros.” Ningún devoto budista se sentiría humillado por no
ser plenamente apreciado, ni aun por ser injustamente ignorado. Se mantendría
paciente bajo cualquier condición desfavorable.
4) Energía: estar siempre dispuesto a realizar todo lo que
está de acuerdo con el Dharma.
5) Meditación: conservar el propio estado de ánimo tranquilo
en cualquier circunstancia, desfavorable o favorable, y no sentirse perturbado
ni frustrado en absoluto, aun cuando se presenten, una tras otra, situaciones
adversas. Esto requiere un gran entrenamiento.
6) No hay una palabra occidental correspondiente a Prajna, aunque se traduce como sabiduría.
Es la experiencia que un hombre tiene cuando siente, en un sentido más fundamental,
la infinita totalidad de las cosas; es decir, hablando en términos
psicológicos, cuando el ego finito, rompiendo su dura corteza, se refiere al
infinito que envuelve todo lo finito y limitado y, por tanto, transitorio.
Podemos tomar esta experiencia como algo semejante a una intuición totalizadora de algo que trasciende a todas nuestras
experiencias particularizadas o específicas.
7) Ken chu to. El hombre que
ha llegado a su destino; trabaja tan esforzadamente como siempre y permanece en
este mundo entre sus semejantes. Sus actividades diarias no varían; lo que se
modifica es su subjetividad. Su conducta exterior no significa mucho; está
plenamente dedicado a su vida interior. Exteriormente puede vestir harapos y
trabajar como un jornalero insignificante.
El
zen puede aparecer ocasionalmente demasiado enigmático, críptico y lleno de
contradicciones, pero es después de todo, una disciplina y enseñanza simples:
Hacer el bien,
Evitar el mal,
Purificar el propio corazón:
Este es el Camino de Buda.