JOAN GARRIGA
“Hijo, tú eres mucho más importante
para mí que tu papá”.
“Hija, tú eres mucho más valiosa en mi corazón que tu mamá”.
“Hijo/a no quieras a tu padre, desprécialo como yo y sobre todo no seas como él”.
“Hijo/a, no logro entender cómo pude querer a tu madre, pero sin duda tú me importas mucho, tú eres mejor que ella”.
Aunque no se digan abiertamente en las familias, estas y otras frases parecidas a veces son verdades interiores para los padres y nutren la atmósfera familiar de dinámicas fatales en la tríada relacional más importante que vivimos a lo largo de la vida: la tríada padre, madre e hijo.Conviene tener presente, en primer lugar, que los hijos no atienden tanto a lo que los padres dicen sino a lo que los padres sienten y hacen: los hijos se hacen sensibles a su verdad. Entre otras cosas, porque la verdad de nuestros sentimientos puede ser negada o camuflada pero no puede ser eliminada, y por tanto actúa y se manifiesta en nuestro cuerpo. Nos constituye. Importa, por tanto, que trabajemos con nuestra verdad y la transformemos si es menester y genera sufrimiento en nosotros o en nuestros hijos. Es obvio que ayuda el abstenerse de expresiones hirientes para con el otro progenitor delante de nuestros hijos, por muy enojados o cargados de razones que estemos. No obstante es un logro todavía mayor el trabajar en uno mismo para restaurar el amor y el respeto, y darle el mejor lugar al otro progenitor frente a nuestros hijos, incluso cuando se trata de una pareja infeliz o de una separación dolorosa y turbulenta. Recordemos que los hijos no se separan de los padres. Para ellos, los padres siguen juntos como padres. Los padres se separan como pareja (vivan juntos o no), pero no es posible separarse como padres.
“Hija, tú eres mucho más valiosa en mi corazón que tu mamá”.
“Hijo/a no quieras a tu padre, desprécialo como yo y sobre todo no seas como él”.
“Hijo/a, no logro entender cómo pude querer a tu madre, pero sin duda tú me importas mucho, tú eres mejor que ella”.
Aunque no se digan abiertamente en las familias, estas y otras frases parecidas a veces son verdades interiores para los padres y nutren la atmósfera familiar de dinámicas fatales en la tríada relacional más importante que vivimos a lo largo de la vida: la tríada padre, madre e hijo.Conviene tener presente, en primer lugar, que los hijos no atienden tanto a lo que los padres dicen sino a lo que los padres sienten y hacen: los hijos se hacen sensibles a su verdad. Entre otras cosas, porque la verdad de nuestros sentimientos puede ser negada o camuflada pero no puede ser eliminada, y por tanto actúa y se manifiesta en nuestro cuerpo. Nos constituye. Importa, por tanto, que trabajemos con nuestra verdad y la transformemos si es menester y genera sufrimiento en nosotros o en nuestros hijos. Es obvio que ayuda el abstenerse de expresiones hirientes para con el otro progenitor delante de nuestros hijos, por muy enojados o cargados de razones que estemos. No obstante es un logro todavía mayor el trabajar en uno mismo para restaurar el amor y el respeto, y darle el mejor lugar al otro progenitor frente a nuestros hijos, incluso cuando se trata de una pareja infeliz o de una separación dolorosa y turbulenta. Recordemos que los hijos no se separan de los padres. Para ellos, los padres siguen juntos como padres. Los padres se separan como pareja (vivan juntos o no), pero no es posible separarse como padres.
En segundo lugar, conviene tener conciencia de que las
vivencias y posiciones que tomamos en esta tríada fundacional con nuestros
padres determinarán grandes consecuencias, favorables o desfavorables, en
nuestra vida y en que vislumbremos unos horizontes afectivos felices o
desdichados. Es clave para el futuro de los hijos que estén bien insertados en
el amor de sus padres y que éstos logren amarse, al menos como padres de sus
hijos, ya que en la mayoría de casos algún día del pasado se eligieron y se
quisieron como pareja. Y los hijos llegaron después como fruto y consecuencia
de esa elección.
Quizás no esté diciendo nada que no se sepa y, sin
embargo, estas ideas que son de sentido común sorprenden por lo poco comunes
que resultan en la realidad. De hecho, escribo sobre el amor entre padres e
hijos después de regresar muy conmovido de mi último taller de constelaciones
familiares. Siempre es impactante para mí observar los devastadores efectos
emocionales que causa la inobservancia de una regla fundamental: los padres
están primero frente a los hijos, y son más importantes que ellos. Además,
tiene una gran importancia amar en el hijo al otro progenitor.
Me sorprendo una y otra vez al ver como los padres se
dirigen y se orientan a los hijos por encima del otro padre. Y esta actitud,
que puede parecer razonable en ocasiones –la desdicha suele llegar vestida con
ropajes argumentales impecables pero exentos de amor-, no ayuda al hijo. Ellos
no necesitan ser los más importantes; al contrario, necesitan sentir que la pareja
del padre o la madre es más importante, y que los padres están juntos como
pareja dándose una recíproca primacía frente a los hijos. Cuando un hijo es más
importante que nadie para uno de los padres, no se le hace un regalo, sino que
se le da una carga y sacrificio; no es abono, sino sequedad disfrazada de
encantamiento. Los hijos no necesitan sentirse especiales ni tienen que ser el
todo para los padres. Eso es demasiado.
Es frecuente que aquello que a un padre le falta de su
pareja, o de sus propios padres, o aquello que le faltó en su familia de
origen, o aquel sueño que no pudo cumplir, lo lleve a su hijo. Y que éste, por
amor, acepte el reto. Al precio, claro está, de su libertad y de la plena
fuerza para seguir su propio camino a su propia manera. Los hijos necesitan
sentirse libres para cumplir su cometido en la vida. Y les va mejor cuando
tienen el apoyo de sus padres y sus anteriores, y cuando se encuentran en orden
con ellos. En cambio, sufren cuando uno de los padres desprecia al otro o ambos
se desprecian mutuamente. Si los padres se desprecian, el hijo encuentra
dificultades para no despreciarse a sí mismo y no parecerse a la peor versión
diseñada por el padre o la madre sobre el otro progenitor.
Pensemos en hijos que casi tuvieron la función de pareja
invisible de uno de los padres, o que significaron el todo para la madre o el
padre, o que sintieron la prohibición de amar a un padre que cometió algún tipo
de violencia o traición con la madre o viceversa… Tristemente, en
constelaciones familiares es habitual identificar dinámicas y resultados
fatales como enfermedades, delincuencia, violencia, pasotismo, dificultades en
la pareja y mucho sufrimiento emocional. Pues, en lo profundo, un hijo no puede
prescindir de amar a ambos padres y no deja de hacer acrobacias emocionales
para ser leal a ambos, incluso imitando su mal comportamiento, o su
alcoholismo, o sus fracasos y desatinos, etc.
“Hijo, en ti sigo queriendo a tu padre/madre, en ti sigo
viéndolo y respetándolo a él”.
“Hija tú eres el fruto de mi amor y mi historia con tu padre/madre y lo vivo como regalo y bendición”.
“Hijo, respeto lo que vives y como es con tu otro padre/madre”.
“Hija, yo solo soy el padre/madre, más es demasiado”.
Éstas son frases que apuntan al bienestar y el regocijo en los hijos.
¿Qué ayuda, pues? Que los hijos reciban uno de los mayores regalos posibles en su corazón: ser queridos tal como son y muy especialmente que en ellos se quiera a su otro progenitor, porque así se sienten completamente amados, ya que en fondo el hijo no deja de sentir que de alguna forma también es sus padres. Ambos.
“Hija tú eres el fruto de mi amor y mi historia con tu padre/madre y lo vivo como regalo y bendición”.
“Hijo, respeto lo que vives y como es con tu otro padre/madre”.
“Hija, yo solo soy el padre/madre, más es demasiado”.
Éstas son frases que apuntan al bienestar y el regocijo en los hijos.
¿Qué ayuda, pues? Que los hijos reciban uno de los mayores regalos posibles en su corazón: ser queridos tal como son y muy especialmente que en ellos se quiera a su otro progenitor, porque así se sienten completamente amados, ya que en fondo el hijo no deja de sentir que de alguna forma también es sus padres. Ambos.
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